domingo, 16 de enero de 2011

El viento susurra canciones de cuna

El viento susurra canciones de cuna.
Alrededor de la mecedora donde se instala.
Se acaricia la panza pensativa y melancólica.
Ese nido alberga un pichón que será el nuevo huésped.
En esa casa donde hacía mucho tiempo que no se oía el llanto de un niño.
Ya tiene la futura madre los interrogantes de todas las mamás.
¿Será un varoncito? ¿Tendrá ojos celestes?
¿Atravesaré un buen parto?
Y el duraznero pleno de azahares, que ha florecido como ella, y se transforma en mujer, según las creencias indígenas mexicanas.
La mira arrobada: las dos van a dar fruto.
Entonces, mueve sus ramas en un afán de tibia caricia, alza la cabeza.
Sin saber por qué, le sonríe.
El árbol le contagia el sosiego de sus fuerzas.
Ella, se pone de pie, avanza con lentitud.
Abre el ventanal, y mientras escucha la lira del viento, mira la vasta extensión del huerto.
Juana Schuster



domingo, 4 de julio de 2010

Un cuerpo de calles sin atajos

Un hombre la espera detrás del paredón.
Ella acude, es que no sabe de otra cosa.
O porque paga culpas ajenas.
En su alma se mezclan el ayer y el hoy.
El afuera y el adentro.
El negro y el blanco.
No lo conoce, también ignora al otro que pagará después.
Las sienes palpitan y ella crea una historia que no acontecerá.
Mientras camina con sus tacones altos y su falda corta, lo piensa, lo arma, lo imagina.
Alto, delgado, sonriente.
¿Qué más da?
Alguien que recorrerá su cuerpo de calles sin atajos.
Ese ser, un cuarto precario, un cigarrillo, unas palabras.
Una esperanza para su alma atormentada.


Juana Schuster

martes, 4 de agosto de 2009

Homenaje a Juan Ramón

¿Oyes, Platero? La gente del pueblo dice que soy un hombre misterioso. Sí. Así dicen.
Sucede que ha llegado el otoño y mi carácter melancólico encuentra en esta estación la armonía que necesita.
Por lo tanto, cierro mis puertas y ventanas. Quiero decir mi alma. Tú me entiendes. ¿Verdad, Platerillo? Eres el único que me conoce a fondo.
Mira hacia tu derecha. Caen las hojas en sutil sonido acompasadas por el trote lento de ese otro burrito famélico. ¡Parece que no come tanto como tú!
El sol no tiene vigor para empujar las nubes grises y es un pequeño lunar en el amplio rostro de este firmamento.
¿Sabes, Platero?. Me ispiro mejor frente a la bruma del paisaje, aunque ella no nos deje ver la cañada.
Además, es bueno eso que dicen de mí. Tiene un halo de intriga saber que soy un ser misterioso.
Tus ojos me miran interrogantes. Nunca he pensado eso de mí.
Se deben referir al discreto encanto cotidiano de hablarte y componer mis versos; mientras tú comes las rodajas de sandía roja, sabrosa, jugosa.
Ha comenzado a caer una sutil llovizna que ahuyenta los gorriones. ¿Dónde irán a guarecerse? Quizás en el campanario de la iglesia.
Tú has visto pasar a los monjes, pensativos. Tal vez ellos también tengan algo de misterio.
Gaviotas de luz chisporrotean cerca de tu cabezota.
Es hora de volver al establo. Los relámpagos te dan miedo y tiemblas como un chiquillo.
El huerto se ve desnudo y descolorido. ¡Claro! Si está de visita el otoño y será huésped por tres meses. Comparto con él, mi simpatía de ser un hombre enigmático.

Juana Schuster

domingo, 2 de agosto de 2009

Margarita

Todos en el pueblo admiran el trabajo eficiente del cartero. Aún bajo la lluvia deja en las casa lo que todos esperan: encomiendas, postales de los nietos que están en el extranjero, cartas.
También se acerca a los ranchos entre los valles.
Bautista tiene 20 años, ojos claros, descendiente de colonos polacos. El pelo es rubio como las espigas.
Los habitantes, donde todos se conocen, comparten horas jugando a las cartas o acomodando ladrillos.
Los viejecitos, con su rostro otoñal, lo esperan para relatarles anécdotas del pasado.
-A mí me gusta escucharlos; sé que la vida es un sendero que ya han transitado. Mi padre decía que la gente sin historia es como el viento en la arena.
Pero hay alguien que lo espera y nunca recibe nada. Es Margarita. Tiene 46 años. El rostro es poco agraciado.
Fabián fue el único que estuvo a punto de casarse con ella. La dejó cuando entró a trabajar en una estancia en Tandil.
Cuando la correspondencia se espació, la curandera leyó sus manos.
-Margarita, Fabián es el marido de una cordobesa.
A partir de ese momento, ella está atenta a la llegada de Bautista.
-No hay nada para vos.
Y ella mira los cardos allá a lo lejos y se siente como ellos. Parece que brotasen pinches en su cuerpo que ya muestra el paso cansino.
Es una ceremonia. Después del reparto en el lugar, él la siente detrás suyo, como una sombra. No espera la pregunta. Es innecesario hurgar en su portafolios de cuero de cabra.
-No hay nada para vos.
Bautista siente que quisiera inventar una carta. A veces piensa en escribir una sin remitente.
Hoy, la madre, se acerca a ella. La nota mirando el ombú allá a lo lejos. Su mirada horada distancias.
Le apoya una mano en el hombro y le suplica que no pregunte más. Fabián pertenece a otra mujer.
-Arréglate un poco. Que Mariela te haga bien las trenzas y Teodora ponga polvo en tus mejillas.
Podés ir al baile de la peña. Si vieras el mar, hija, sabrías que está lleno de peces.
Margarita gira la cabeza deshilachada, donde se notan hilillos de plata.
Hay lágrimas en su cara.
-Mama. Usted se equivoca. Estoy enamorada de Bautista.

Juana Schuster

lunes, 22 de junio de 2009

Tu ausencia

Te amé hasta perder mi nombre en cada abrazo.
Me extravié en el laberinto de tu cuerpo
Sin hallar la salida, ni quererla encontrar.
Conocí el trayecto de tus venas azules
Formando esteros en las aguas de mi pasión.
Inocente, ilusa, amarré mi barca a tus orillas
Hasta que supe que me dejabas
Habiendo deshecho el nudo que te conectaba.
Te vas a la noche, ¡ladrón de la inocencia!
¡Pirata de naves inexpertas!
Tu ausencia de esta noche opaca
No es otra cosa que mi entrada a la pesadilla
Incontrolable, feroz y desbocada.
Juana Schuster

Locura de amor

Tú y yo en el sendero que lleva a la capilla. La misma pequeña iglesia donde nuestros padres se casaron y fuimos bautizados.
Mi mano oprime la tuya. Pasa un borriquillo cargado con canastas de mimbre.
Sus ojos son dos piedras de azabache. Una niña descalza lo lleva de las riendas y le habla en voz muy baja.
Te miro. No deja de asombrarme tu rostro perfecto. Se diría que eres un dios griego. Te beso para asegurarme que estás conmigo.
Un camino de dicha nos aguarda. Patios con juguetes formando parte de aquello que soñé desde niña. Llantos provenientes de las cunas y tu voz serena calmando berrinches.
Un anciano que va caminando, escribe sobre la tierra puntos suspensivos con su bastón.
Los chiquillos nos siguen con curiosidad y sus caritas sucias de polvo no logran esconder el asombro donde se columpian los pensamientos de la niñez.
El humo gris de las chimeneas, semeja nimbos que quieren volver al cielo para permanecer allí toda la eternidad. A lo lejos, se ve el espejo celeste del Danubio. Esta es una tarde soleada armada con retazos de muchas otras.
Estamos llegando. Me acomodo el vestido de novia de organza y la corona con tules en la cabeza. Nadie puede competir conmigo. Ni siquiera las cigüeñas blancas que me miran interrogativamente desde el pequeño campanario.
El párroco me ve. Su sotana esconde el cuerpo delgado como un junco. Lo miro y vuelve a explicarme como ayer,… como tantas veces,… que no hay boda porque no hay novio.
Mientras regreso a mi humilde casa, los fieles interrumpen sus plegarias para decir: -Pobre, no se da cuenta que Manuel ya se ha casado con otra.-
- Infamias, calumnias. No saben lo que dicen con sus lenguas viperinas. Mañana volveré y él me pondrá los anillos de oro ante la envidia de todas las jóvenes del pueblo.

Juana Schuster

domingo, 14 de junio de 2009

Involución

Mirando los recuerdos del desván está ella siempre.
Manos resecas de tanto lavar pañales.
Un baúl con las bisagras oxidadas, contiene muñecas. Les faltan miembros.
Las atesora. Fueron de sus hijos y nietos.
Otro canasto tiene ropita que tejió. Se entretiene vistiéndolas. Necesita hacerla para sentirse viva.
Dio a luz tres varones y cuatro niñas que ya han volado del nido. Prácticamente no la visitan Tienen excusas que creen que los justifican.
Cuando llueve viene a casa a tomar un café con leche.
Tiene miedo a los truenos.
A veces trae una caja vacía. Con sus pasos cansinos, se acomoda en el sillón.
Cree que va sacando cosas. Es como la caja que el aviador le dibujó al Principito.
Anoche, tomé sus manos entre las mías. Como una frenética catarata reprimida durante mucho tiempo, mis lágrimas se juntaron.
Sus palabras tenían cadencia de imploración. Me preguntó si podía quedarme a dormir. Le contesté afirmativamente.
Acomodé el otro cuarto. La ayudé a cubrirse con mantas. Me pidió el oso de peluche. Noté que se abrazó a él.
¿Por qué las cigüeñas no anidaron este año en los tejados?- Quiso saber.
Le dije que debido a la nieve se refugiaron en lugares cubiertos.
-Ah!-Respondió contenta.
Me quedé observándola hasta que sus ojos agotados por el sueño y los pesares, se cerraron.
A la mañana, me acerqué al lecho. Le vi una sonrisa por primera vez. Parecía mucho más joven: una adolescente.
Los ojos permanecían cerrados.

Juana Schuster